jueves, 29 de mayo de 2014

Para la administración de la Universidad el nuevo "examen" sería una gran jugada: plata y prestigio en un solo paso. Esperaban volver a ganar un prestigio perdido hace años destronando al examen del ICFES de manera que el examen de la UN fuese el nuevo parámetro en otras universidades para elegir a sus nuevos estudiantes. En el aspecto económico esperaban aumentar la cantidad de aspirantes pasando de 100.000 a 200.000 manteniendo el valor de inscripción: una fuente de dineros fácil en momentos que las arcas parecen vacías.
Estos propósitos deseables fueron la base de un proyecto que carecía de realismo: nunca se hizo nada para convencer al resto de instituciones de las ventajas del examen UN sobre el del ICFES, se asumió de manera infantil que los demás adoptarían una herramienta que no estaban pidiendo. Por otro lado los diseñadores del sistema confundieron a los potenciales aspirantes complicando las reglas (dejaba de existir el único resultado admitido/no admitido, en adelante serian dos o más resultados parciales) y adicionalmente los promotores reforzaron la imagen de examen insuperable repitiendo hasta el cansancio que solo pasarían los puntajes más altos. Lo ideal hubiera sido mostrar al proceso de admisión como algo atractivo y al examen como una herramienta de selección justa... pero esto de vender ideas no es el fuerte de los burócratas de admisiones ni de los académicos convertidos en gerentes.
Al final no fue mucho el trabajo que se perdió porque la administración se limitó a cambiar algunas normas internas y a dar declaraciones en los medios...en realidad se hizo demasiado poco en este proyecto.
El examen de admisión en sí mismo no sufrió el cambio radical que se enunció en varios titulares de manera equivocada (fenómeno liderado por la Agencia de Noticias de la UN). Con un año de distancia se puede respirar tranquilo porque no se realizaron las tales innovaciones en el examen y los problemas se crearon en el proceso de asignación de cupos, acá el examen no tiene culpa de nada, la culpa es del proceso en el que se utilizan sus mediciones.
El resultado de esta aventura académico-administrativa de bajo presupuesto es el estancamiento en la cantidad de aspirantes que compran el PIN y renovados ataques contra el examen de admisión que paso de ser visto como un mal necesario a percibirse como una piedra en el zapato... lejos están los sueños de alcanzar los 200.000 aspirantes al año y de convertirnos en el nuevo supremo evaluador de los bachilleres colombianos.

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